NUESTRO ORIGEN ESTÁ EN LAS CARAVANAS
El 15 de enero del 2019 , una de las últimas caravanas que han transitado México a lo largo del último año, salió de la terminal de San Pedro Sula en busca de protección y seguridad para llegar a algún punto fronterizo en el norte de México, y ejercer su derecho a pedir asilo político en los Estados Unidos.
La comunidad transmigrante LGBTI nos agrupamos y organizamos nuestro caminar desde el principio. De esta forma, mujeres, hombres, varias familias, defensores de derechos humanos y activistas, pusimos en marcha la cocina móvil. Era necesario que todos comiéramos y al ver que la gente tenía hambre, decidimos cocinar para todas las personas los que se pudieran durante el caminar de la caravana o bien buscar la manera de preparar siempre al menos 2 tiempos de comida. A pesar de nuestros esfuerzos para dar alimentos, las autoridades migratorias mexicanas, en el puente internacional Tecún Umán, nos decían que no teníamos derecho a dar comida porque no éramos una organización o porque éramos anti-higiénicos. Con dificultades como estas, la caravana avanzó y junto con ella, nuestra cocina móvil.
Tras haber recorrido 1 189 km, llegamos a la ciudad de México. En el estadio Jesús Martínez Palillo, se levantó el albergue Mixihuca -una estancia temporal para las personas que llegaban en la caravana- improvisado por el gobierno de la ciudad de México. Ahí, las autoridades quisieron quitarnos la cocina y tirarla a la basura, minimizando los esfuerzos de toda la gente que la transportaba a lomo y en jalón.
Ciudad de México fue un punto de quiebre. A ese albergue no podíamos entrar con ninguna pertenencia, nos obligaban a tirar todo: desodorantes, jabón, pasta de dientes, etc. El día 15 de febrero de 2019, afuera de las instalaciones del albergue, la policía federal y agentes migratorios hicieron la primer redada contra las personas migrantes y refugiados en CDMX. Por primera vez, la caravana de miles se dividió en 3 y cada grupo se dirigió hacia 3 lugares fronterizos distintos: Monterrey, Chihuahua y Tijuana. Nosotros nos dirigimos hacia Tijuana.
En el mes de febrero, bajo órdenes federales, se nos prohibió el derecho de utilizar vías federales o incluso tomar cualquier tipo de transporte bajo amenaza de enjuiciar a los transportistas. Atravesamos los estados de Guanajuato, Jalisco, Sinaloa y Sonora a pie. Abriéndonos camino, llegamos hasta Tepic, y no tuvimos más recurso que tomar la Bestia y huir. Poco a poco mucha gente volvió a unirse a nosotros en Mexicali y llegamos a Tijuana en marzo del 2019 en caravana.
Al llegar a Mexicali en tren, inmediatamente llegaron vehículos de la policía que nos trasladaron a un albergue apodado “el castillo amarillo”. El camino para llegar a ese lugar está completamente escondido, está fuera de las vías de comunicación transitadas por la gente y hay que atravesar un repulsivo canal de aguas negras completamente contaminado. Pensamos que llevarnos a lugares así es una estrategia de la autoridad para que la población no nos mire y así evitar que se solidaricen con nosotros. Ese lugar es una casa como abandonada, la gente a cargo es extraña, no sabíamos si pertenecían a una institución u organización, la casa estaba atiborrada de policías y la comida que nos daban ya tenía varias semanas que había caducado. Ahí nos encontramos con varias personas de la comunidad LGBTIQ+ con quienes habíamos caminado desde la frontera sur de México. Ahí nos agrupamos otra vez, pasamos la noche y al día siguiente logramos tomar un autobús hacia Tijuana. En el retén militar de la rumorosa nos hostigaron y amenazaron con detenernos. A los que veníamos en la caravana nos apartaron del resto de las personas que estaban pasando por ese retén; los militares nos revisaron todas nuestras pertenencias y a algunos de nosotros nos acusaron de polleros. Seguimos pensando que las autoridades no sólo no querían que llegáramos a Tijuana sino que no nos acercáramos a la población de esta ciudad fronteriza.
A Tijuana llegamos hambrientos y enfermos. Teníamos mucho miedo porque en Mexicali nos decían que Tijuana se ha convertido en la ciudad más peligrosa del mundo, y en las condiciones de vulnerabilidad que veníamos, lo único que queríamos era descansar aunque no podíamos cantar victoria porque no teníamos un espacio donde bañarnos.
En el camino mucha gente nos apoyó, y en Tijuana una persona decidió abrirnos las puertas de su casa abandonada, a la que desde el inicio, le llamamos Casa de Luz.